LAS POSADAS Y LA NAVIDAD
Estos días de adviento que preceden la Navidad me traen las imágenes de las posadas mexicanas. Era una de las celebraciones más características y de las que pude disfrutar durante los años que me tocó vivir allí.
Nos dice Lucas, en el capítulo segundo de su evangelio, como César Augusto emitió un edicto para que todos se empadronasen según su ciudad de origen. Así, nos cuenta, como José emprende con María el camino hacia Judea a la ciudad de Belén por ser él de la casa y familia de David. «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lucas 2, 6-7).
Se dice que ese camino lo pudieron realizar en nueve días, y justo la búsqueda de posada es lo que rememora la fiesta. Es una novena de preparación para la Navidad. Estas celebraciones se remontan al tiempo de la colonia, parece que en 1857 el religioso agustino fray Diego de San Soria, prior del convento de San Agustín Acolman, en el actual Estado de México, solicitó (y obtuvo) una bula del entonces Papa Sixto V para celebrar anualmente, en esa sede y otras del Virreinato, misas de aguinaldo que recordaran aquel suceso desde el día 16 y hasta el 24 de diciembre.
En un principio se realizaban en los alrededores de los atrios de los conjuntos religiosos, después se realizaban en la vía pública y finalmente incluso en las casas. Es una fiesta en la cual las casas se adornan con manteles y con faroles, los invitados forman una fila detrás de una imagen de los santos peregrinos y van rezando unas letanías que se alternan con canciones. Luego esta peregrinación se divide en dos grupos, donde unos piden posada y la otra parte responde a los cantos, finalmente reciben y dan posada a los peregrinos. Suele recitarse un rosario. Al final de la celebración se reparte entre los invitados una colación en canastillas de papel, junto con luces de bengala y silbatos. Viene el momento más esperado donde se rompe la piñata. Una vez rota, se reparte una porción de fruta a cada invitado. Ya dada por terminada la fiesta se degusta un vaso de ponche o atole, que viene muy bien por el frío y se complementa con tamales o buñuelos caseros.
Los primeros misioneros lograron así integrar algunas fiestas aztecas dentro de la celebración de la navidad y la dotaron de ese sentido de preparación para recibir a Cristo que va a nacer.
Esto es lo que celebramos cada navidad, Cristo viene a nacer de nuevo en nuestros corazones. La preparación espiritual para la navidad es dar posada, hospedar a la Sagrada familia para que Cristo nazca.
«En la Navidad hay que pensar una y otra vez. Así lo hicieron los pastores que fueron los primeros testigos del nacimiento de Jesús, al ser convocados por el ángel para comprobar el hecho acaecido. Fueron a Belén, encontraron a Jesús, con María y José y, a la vuelta, «contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían —observa el Evangelio de San Lucas—, se maravillaban de lo que les decían los pastores» (Lc 2, 17-18). Así, podemos decir, el Evangelio comienza a ser noticia, a difundirse discreta y secretamente, y a contribuir a la formación de esa conciencia popular mesiánica que acogerá, luego, la predicación de Juan Bautista, el Precursor, y después la del mismo Cristo.
Pero otra circunstancia muy clara nos exhorta a pensar nuevamente el hecho de la Navidad, evocado por la fiesta litúrgica, para descubrir el sentido, el significado trascendente que esconde y manifiesta. La Navidad tiene un contenido propio secreto, que se descubre sólo a quien lo busca. Pensemos en la misma Virgen María, en el éxtasis de su alma limpísima, ya bien consciente del misterio de su divina maternidad (cf. Lc 1, 28, ss.) y absorta totalmente en la meditación de cuanto sucedía en ella y a su alrededor».
Pablo VI
(w2.vatican.va/content/paul-vi/es/audiences/1977/documents/hf_p-vi_aud_19771228.html).
En una ocasión en unas charlas de preparación a la Navidad, quien impartía la charla, comenzó diciendo que le ayudaran con una familia que venía de Guatemala para emigrar a los Estados Unidos, que tenía un bebé y no tenía donde alojarlos. A continuación, expuso sus puntos de reflexión y hacia el final de charla recordó, de nuevo, la petición de ayuda. Una señora se acercó y le dijo que podía acoger a esa familia. Al instante, se dirigió a los presentes agradeció la generosidad de la señora y le dejó a los necesitados: Una escultura de la Sagrada Familia para que la tuviese en su casa.
«Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón que aunque es pobre la morada, la morada, os la doy de corazón». (Conclusión de los versos que se cantan en las posadas).
Gerardo Trujillo Cañellas
Profesor del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias