SOBRE LA ADICCIÓN AL MOVIL
Estoy escribiendo este post y, para centrarme, he decidido apagar el móvil. Curiosamente, lejos de concentrarme, el hecho de tener desconectado el teléfono me inquieta más: ¿Y si recibo un mensaje del trabajo? ¿Y si me llama algún familiar para algo urgente? Creía que eso de la adicción a las nuevas tecnologías era sólo cosa de adolescentes, pero no.
Desde que los teléfonos se convirtieron en inteligentes, en smartphones, la vida nos ha cambiado en gran medida. Tenemos, gracias a la conexión a Internet, un pequeño ordenador en el bolsillo desde dónde consultar el correo electrónico, comunicarte con tu jefe, hacer una transferencia bancaria o sacar un billete de avión. Es lógico que tanta facilidad al alcance de la mano –nunca mejor dicho- se convierta en una dependencia.
Si a esto añadimos el hecho de tener las aplicaciones de las redes sociales accesibles en nuestro móvil, el sometimiento será aún mayor porque tendremos la “necesidad” de comprobar las reacciones que nuestras publicaciones suscitan. Peor es el hecho de que nuestras relaciones sociales se limiten casi al mundo virtual: a las redes sociales y a los mensajes, sin un contacto directo con interlocutor que siempre es insustituible.
No es éste un alegato contra las nuevas tecnologías de la comunicación ni contra los llamados social media; es una invitación a saber vivir la vida real, sin considerarse por ello un extraterrestre. A dejar el móvil en casa una mañana o limitar a algunos momentos al día las consultas a la pantallita para ver nuevos mensajes, correos y redes sociales. Eso nos permitirá concentrarnos en nuestros quehaceres sin continuas interrupciones.
Gustavo Entrala, profesional de la comunicación especializado en nuevas tecnologías, confiesa el riesgo que tiene el hecho de estar continuamente conectados y por ello realiza una serie de recomendaciones en su blog Inspirinas que vale la pena leer. Se dirigen a todos los que utilizamos esta herramienta y nos ofrece consejos tan sencillos como dosificar las notificaciones de las apps que tengamos disponibles.
Disfrutar más de la vida real y no virtual mejorará nuestras relaciones familiares, sociales y profesionales porque nos facilitará escuchar y estar más centrados. No sólo necesitamos el silencio exterior para mejorar nuestro rendimiento, sino también el interior y aquí el teléfono móvil con todos sus sistemas de comunicación tiene el riesgo de convertirse, si no sabemos dosificarlo, en nuestro peor enemigo, pero también el de nuestros hijos.
El móvil fue el regalo estrella a los menores en las pasadas navidades y amenaza con serlo también en la Primera Comunión. Ante la exigencia de los niños a los padres para que les compren un smartphone, los expertos aconsejan medidas para reducir su uso como recurrir a juegos en familia o pactar horarios frente al ordenador y la consola. En nuestra mano está dar ejemplo y tomar medidas impopulares para nuestros hijos, pero necesarias para su educación.
Mara Cavallé
Periodista